Cuando miramos hoy a los países de la Hispanidad vemos en su gran mayoría países con economías débiles y grandes masas de población empobrecida. Con contadas excepciones, la renta per cápita de los países de la Hispanidad no supera los 10.000 dólares anuales, y varios países no superan los 5.000 dólares. Es decir, que la renta, la riqueza de la gran mayoría de los ciudadanos de la hispanidad no llega a ser la 6º parte de los 65.000 dólares de PIB per capita que disfruta un estadounidense. 

Esta realidad dramática lleva a pensar a la gran mayoría de nuestros conciudadanos que esta diferencia, esta situación de pobreza relativa siempre ha sido así. La ponzoña de la leyenda negra ha extendido además ideas venenosas sobre lo que sería una incapacidad casi consustancial del catolicismo para crear sociedades que generen riqueza respecto a las sociedades de mayoría protestante. Por supuesto, la Hispanidad, como primer defensor geopolítico del catolicismo en la historia, se tenía que llevar el mayor golpe, tenía que recibir el mayor ataque, y de ahí que se haya extendido en la actualidad gracias a los mass media anglosajones, desde los documentales de la BBC a las series de Netflix, la idea subconsciente de que las sociedades de la Hispanidad no son capaces de crear riqueza. 

Mostraremos ahora que esto es una absoluta mentira, una mentira malintencionada, cómo no, de la factoría anglosajona. Y sobre todo es una solemne y dañina estupidez que le demos alguna credibilidad.

A primera vista, constatamos que Francia, nación de mayoría católica, ha creado una sociedad de gran riqueza. Baviera es el lander católico por excelencia en Alemania y es el 2º de mayor renta per cápita. Las teorías en contra de las sociedades de raíz católica son pura propaganda supremacista anglicana, en la línea de los últimos 500 años.

Con respecto a la creación de riqueza en la Hispanidad es necesario hablar antes sobre dos conceptos: la estanqueidad de las economías, y la evidencia de la riqueza de la economía del llamado Imperio español.

La estanqueidad de las economías

Durante los 3 siglos de unidad de la Hispanidad, las economías de las potencias rivales como Inglaterra, Francia o España eran economías extraordinariamente cerradas. El comercio estaba regulado por estrictas normas y el intercambio de bienes entre potencias rivales estaba muy, muy limitado. Las economías de las potencias rivales eran estancas, independientes. Ninguna potencia permitía comerciar libremente porque sabían que abrir la puerta a los productos extranjeros era destapar la caja de los truenos: los beneficios del comercio irían a la nación rival, la recaudación de impuestos disminuiría, los talleres y los trabajos se reducirían,… Los gobernantes de la Hispanidad supieron mantenerse a salvo de las ideas librecambistas impulsadas por el mundo anglosajón, cuyo principal propagandista fue Adam Smith y su panfleto “la riqueza de las naciones”. Al pasar de los siglos, como ha demostrado clarividentemente Marcello Gullo, es necesario constatar cómo este libro fue una eficacísima herramienta propagandística a favor de los intereses británicos, que engañando a gobiernos incautos, consiguieron abrir sus mercados para succionar así sus riquezas. Las consecuencias funestas de este aperturismo estúpido llegan hasta hoy día.

Un ejemplo que demuestra la estanqueidad de las economías de las potencias rivales en el siglo XVIII es el caso del “navío de permiso”. El tratado de Utrecht de 1713, que da fin a la guerra de sucesión española, recoge como una de las concesiones a Gran Bretaña el derecho de comerciar con los virreinatos americanos de España por el importe del contenido de un barco de 500 toneladas al año. Es decir, las economías estaban tan aisladas, los flujos económicos, flujos de mercancías y financieros, estaban tan aislados en cada potencia, eran tan independientes, que los ingleses vieron como una valiosísima concesión el hecho de ser capaces de vender 500 toneladas al año de productos a toda la américa española.

Otro ejemplo de la estanqueidad de las economías, de la dificultad para el flujo de personas y mercancías entre los territorios de las naciones rivales es el caso del viajero y científico alemán Humboldt. Pese a que Alemania era a finales del XVIII una nación de segundo orden que no representaba una amenaza, no era posible para un ciudadano alemán viajar a su antojo por los territorios de otra nación. Así, Inglaterra prohibió los viajes de Humboldt por todos sus territorios. Si hoy día podemos contar con las opiniones de Humboldt sobre los virreinatos de la Hispanidad es porque obtuvo el salvoconducto de la monarquía española para viajar por sus territorios, en aras de que pudiera realizar investigaciones científicas. 

La riqueza evidente e incontestable de la Hispanidad

El segundo aspecto es obvio a poco que apliquemos el sentido común. Si Inglaterra acosó ya desde el siglo XVI y durante 300 años a la Hispanidad, en especial sus rutas comerciales y sus plazas fuertes para el comercio transoceánico, es porque la riqueza económica española era evidente, llamativa e incontestable.

Es fácil pensar, a renglón seguido, que las riquezas que ansiaban eran sólo el oro y la plata, pero esta no es la realidad. Es cierto que los corsarios ingleses como hemos contado en otros videos del canal, ansiaban asaltar los galeones cargados de metales preciosos, pero la riqueza de la Hispanidad iba mucho más allá. Hablar sólo de oro y plata refuerza el discurso simplón de la leyenda negra, y la estupidez sin sentido de que un estado civilizador que duró 3 siglos sólo se dedicó a “robar oro y plata”, y por eso queremos aportar cifras que desmienten este relato malintencionado. No, los contrabandistas ingleses que llegaban a las costas del virreinato de Nueva España o del rio de la Plata lo que ansiaban eran las materias primas que una economía fundamentalmente agraria y ganadera generaba en abundancia: maderas, azúcar, tabaco, algodón, cacao, en el Caribe y en el cono sur carnes desecadas y especialmente cuero, el “plástico” de antaño, el material imprescindible para elaborar calzado, vestido, monturas, muebles,… como bien relata en su libro la Involución Hispanoamericana el historiador argentino Julio Carlos González.

Vayamos con los datos, según un estudio de Jaime Rodriguez, historiador de la Universidad Autónoma de México, en la segunda mitad del siglo XVIII sólo el 13% del producto interior bruto del virreinato de la Nueva España se debía a la minería, y eso que era un virreinato con importantes yacimientos mineros. El 25% del PIB se debía a la industria y el 62% a la agricultura y ganadería. Es decir, casi 9 décimas partes de la riqueza que se generaba en el virreinato se debía a agricultura, ganadería e industria. Estos datos rompen el mito negrolegendario de la existencia de una situación de explotación colonial, de un imperio obsesionado con la extracción de oro y plata. Al contrario, hablan de un cuerpo social cohesionado, con una economía equilibrada, con un balance entre producción agrícola ganadera y minera, y en el que el freno al comercio con el exterior, el proteccionismo, había favorecido el desarrollo de la industria, de talleres.

Esta visión de una economía fuerte y ordenada es incluso la que trasladan los propios ingleses. Por ejemplo, en el pequeño libro llamado “Un plan para humillar a España”, publicado en 1710, y que recoge el boceto del plan militar para asaltar los virreinatos americanos, que casi 100 años después intentarían los anglosajones con las 2 invasiones inglesas de Buenos Aires. En ese libro se habla de la pujanza de la ganadería del cono sur, de las rutas comerciales por caballerías hacia el virreinato del peru para transportar carne, mate y otras mercancías, y del viaje de regreso con textil y manufacturas, algunas llegadas a través del Galeón de Manila. Es decir, existía una economía fuerte, asentada sobre unos flujos comerciales sólidos, estables que eran consecuencia de la pertenencia a un cuerpo social grande, con variados recursos, que iban desde las manufacturas sofisticadas que llegaban desde Filipinas hasta la producción de materias primas que el clima y la geografía local favorecían.

La consecuencia de esta ordenación económica era una situación de clara prosperidad para los habitantes de la Hispanidad, y de gran prosperidad relativa. 

El PIB per cápita en Nueva España y en el Río de la Plata

Las estimaciones de Coatsworth y Taylor, historiadores ingleses de la Universidad de Cambridge, hablan de que en 1800 el PIB per capita de Nueva España, es decir la riqueza media por habitante, era el 65% del PIB per capita de Estados Unidos. Recordemos que por entonces Estados Unidos llevaba ya 20 años independiente, desarrollando su propia industria, y que probablemente era una de las naciones más ricas del orbe. Se estima que su PIB per cápita por entonces era el 150% del PIB per cápita de inglaterra. El PIB per cápita de Virreinato del Rio de la plata se estima que era similar al de Estados Unidos. En resumen que la riqueza media de un Mexicano era similar a la de un inglés y la de un argentino aún mayor, similar a la de un estadounidense.

Hoy día el PIB per cápita de México o de Argentina apenas llega al 15% del de Estados Unidos, en torno a 9500 dólares versus 65.000 de un estadounidense. La pérdida de riqueza comparada ha sido colosal.

Pero no son solo datos de las Haciendas virreinales. Los datos de los consumos de carne y trigo por habitante hablan de paridad con las ciudades más ricas de Europa, o los relatos de los viajeros como Humboldt hablan de abundancia, bienestar, salarios de los mineros 7 veces mayores que los europeos, etcétera.

Hay muchísimo a comentar sobre los aspectos economicos, y la realidad distaba de ser perfecta: desigualdades, excesivo paternalismo hacia los indígenas, lentitud en las reformas, etc , pero lo que parece una realidad innegable es que la prosperidad relativa de la Hispanidad era mucho mayor cuando estaba unida, protegida y organizada.

El actual presente de pobreza ha sido prácticamente inevitable tras la explosión de la Hispanidad en 20 naciones débiles y enfrentadas. La subyugación de las sociedades de la Hispanidad, incluida entre ellas la propia España, a la acción sofisticada de dominación financiera del mundo anglosajón fue inmediata: robo del oro de los tesoros de las haciendas virreinales, desaparición de la unidad monetaria y sustitución por nuevas divisas sin respaldo y debilísimas, firma de tratados comerciales desiguales, librecambismo forzado que impidió el mantenimiento de la industria, asfixia por deuda externa, apropiación de recursos naturales en especial mineros, y más adelante acatamiento sumiso de las desventajas del señoriaje de la libra y el dolar como monedas de referencia mundial.

Pero este comportamiento del mundo anglosajón no es diferente al que han aplicado en otras geografías, como India o en especial China. El contacto con Inglaterra supuso un choque brutal para China, nación que durante milenios si por algo ha destacado es por su industriosidad y capacidad de generación de riqueza. Al igual que con la Hispanidad, fueron sus riquezas las que atrajeron el interés de los británicos: ansiaban sus sedas, porcelanas y tés, pero los ingleses no tenían nada que ofrecer a cambio. Nada, excepto su poderío militar. Tras las guerras del opio, llegó la dominación librecambista y financiera inglesa que se tradujo en un siglo de desgracias, en el “siglo de la humillación” como lo han definido los propios chinos. China ha tardado tiempo en aprender la dura lección, y resurgir en clara y astuta oposición a la dominación cultural, comercial y financiera anglosajona. Desde la Hispanidad podemos aprender de su ejemplo. El renacer de China nos aporta varias lecciones que son plenamente válidas para la Hispanidad. La primera es constatar que los pilares de su revitalización son el conocimiento de la historia, unidad férrea, proteccionismo comercial y desacople financiero del orden anglosajón. La realidad de pobreza relativa difícilmente cambiará mientras no comencemos a andar este camino.

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